lunes, 12 de octubre de 2009

Dentro y Fuera

No escucho nada.
El silencio se vuelve mi carne, mi ropa,

mi sombra;
hasta los lamentos de los árboles cesan antes de escucharlos.

Altivos, fingiendo,
como transparentes dentro y fuera;
los cristales ocultan los sonidos,
y los años me reclaman que hizo falta
hacer oídos sordos al orgullo.

Sin nadie a mi alrededor,
ni siquiera los gatos soportaba;
los muebles no platican, no consuelan,
y los cuadros, por mas bellos,
no me brindan un gesto de cariño.

Creí ser lo que soñaba, y soñé que lo creyeran.
Ya no existe eco, ni risas,
oscurece dentro y fuera.

Que vicio el de antaño,
pensar que adore estar solo,
recibiendo aves de paso;
hoy la ruta de la vida ha cambiado el sendero,
y estas paredes… Estas paredes,
absorben las últimas muestras de razón y de poesía,
que fluyen aquí y allá como negras mariposas.

En fin, es el encierro, son los recuerdos,
muero de no ser por estos,
y muero, a gotas, de ellos.
¡No, no me los roben, no se lleven mi alimento,

no dejen que mi alma muera de hambre,
no lo hagan!
apiádense del ultimo suspiro que no llega,
que no se presenta,
no deseo en el ultimo minuto morir solo,
sin compañía.

Me dio miedo amar.
Vanidad, tardas en marcharte de mi lado, demasiado.
Hablarían mil bocas, escucharía mil risas;

esa dicha ahora se me niega.

Iglesia, educación, sociedad,
¡Al diablo con ellos!
Hoy quisiera en mi cama,

un sincero cuerpo de mujer reconfortando mi alma.

Autor: Juan Anastacio González Hernández

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