viernes, 16 de octubre de 2009

Ni el tiempo podrá...

Me desperté muy temprano por la mañana, casi aclarando, hacía frío, y solo los cascos de un caballo en el empedrado rompían el silencio.
“Chin... mi madre no me habló para ir a las mañanitas… y yo que pensaba ir todos los días, ya fallé el primero”…
El silbido del lechero en la casa de enfrente me saco de mis pensamientos, me levante y camine al baño, solo pensaba en la prisa que tenía en pedirle una explicación a mi madre del porqué no me despertó a la hora que se lo pedí.
Al salir del baño me dirigí a su cuarto ¡Vaya sorpresa! No estaban ni ella ni mi padre; unas risas en la puerta y la cerradura girando me hicieron entender todo de golpe ¡Se fueron sin mí!
Mi padres entraron y molesto los encaré reclamándoles el porqué de irse sin mí a las mañanitas, a lo cual la respuesta fue -“Saca la olla de la leche, anda, antes de que se vaya”-.
Resignado, ignoré hasta el saludo del lechero, quien comenzó a silbar mientras vaciaba la leche en la olla; quizá al notar mi molestia prefirió despedirse con un ademan de manos mientras se marchaba silbando por la calle.
Mi madre comenzó a preparar el desayuno, yo me senté a la mesa aun con el disgusto pintado en el rostro, el cual se disipo cuando ella dijo que, el primer día de la fiesta, nuestra comunidad sería la que peregrinaría.
“Anda, desayuna y ve a ver en que les ayudas para adornar el carro alegórico, al fin hoy no hay escuela” me dijo mi madre.
Aun no terminaba el desayuno cuando llegó mi primo, venía dispuesto a pasar el día en el cerro con su jaula trampera, su resortera y su perro; recordé mi compromiso con el un día antes, de ir a atrapar gorriones a las barrancas, pero decidí romper ese acuerdo ya que, barrancas y gorriones siempre habría, a diario, pero peregrinaciones de la comunidad, solo una vez al año.
Mi primo se fue al cerro y yo me fui directo adonde adornaban el carro.
Mientras caminaba, respiraba ese olor que tiene mi pueblo por las mañanas, tal vez por la brisa de la cascada, o por la limpieza de sus calles, o quizá porque en su aire se respira vida; este es mi pueblo ¡Ni el tiempo podrá robarle todo esto que tiene!
Al doblar la esquina vi a los vecinos, todos gente conocida, gente pueblerina, que vive y actúa con las costumbres de sus antepasados, con la identidad que caracteriza las comunidades, la de nosotros esta en nuestro río, en la textil, en la Madre Admirable.
De inmediato me integré al grupo que adornaba el carro, el cual siempre queda hermoso, sea de la comunidad que sea, ya que no se trata de darle lujo u ostentación, sino de darle el valor de comunidad organizada, de pueblo con valores arraigados y respetados.
Cada vecino cooperaba con algo propio para adornar el carro, flores naturales, modestos arreglos, y lo más importante, la integración y participación de la comunidad, ayudando directamente, regalando un poco de tiempo a una labor que nos reconoce, que nos identifica, que nos da pertenencia.
Esa es la verdadera fiesta, donde los vecinos conviven, trabajan en conjunto en un ambiente de respeto y de alegría, donde entregan su trabajo a su fe, y no a su interés propio.
No creo que esto con el paso del tiempo se pierda, somos un pueblo con identidad, con costumbres, con tradición; somos la gente de El Salto.
A eso del mediodía se terminó de adornar el carro, que en realidad era una vieja carreta en la cual, como cada año, se congrego la buena voluntad de los vecinos para hacer de ella algo hermoso y mostrarla a las demás comunidades del pueblo.
Regresé a casa y mi madre ya me preparaba algo de comer, pero no traía hambre, algún vecino llevó agua fresca para los que adornábamos el carro, el de la panadería regaló virote y otra vecina los untó de frijoles con longaniza.
Mi hermano más pequeño estaba sentado a la mesa, y me preguntó si me subiría a la rueda de la fortuna; le conteste que sí, pero hasta la noche que fuéramos a la plaza.
“¡Amá, a mi deme dinero para jugar al juego de la rata, a ver si me gano algo!”
El juego de la rata, la lotería, los extraños seres de fantasía que traía consigo la fiesta, la mujer tortuga, la mujer araña, etc. Todos ellos despertaban la curiosidad pueblerina, al igual que el poder ganarse algo grande y costoso con una pequeña inversión tirando a los dardos y a las voladoras.
Además no faltaba el tiro de monedas a las cartas, la ruleta, y el famoso “chepito” que se llevaba todo para mala suerte de los que nos animábamos a apostar el poco dinero que nos daban en casa.
Eso es parte de nuestras fiestas, lo que a cada año diferencia la monotonía de este lugar. El silbato de la textil me sacó de mis pensamientos ¿Acaso algún otro pueblo tendrá su silbato y su chacuaco, haciendo saber la hora a la gente? No lo creo.
Después de bañarme salí de casa, a eso de las 4:00 de la tarde, ya casi comenzaba la peregrinación, así que apreté el paso y llegué hasta donde ya se organizaba la comunidad para iniciar esta bella tradición, peregrinar por las calles, mostrándo al pueblo que, como comunidad, sentíamos de verdad nuestras fiestas patronales.
Me acomode junto al cohetero, ofreciéndole mi ayuda para cargar los cohetes, claro está que no solo yo se lo pedí, la mayoría de niños queríamos estar siempre al lado del que aventaba los cohetes, y nos sentíamos parte importante de la peregrinación por el hecho de ir cargándolos.
¡Qué bonito nuestro carro! Un pasaje de la biblia de Jesús hablando con los niños, y todos conocíamos al que personificaba a Jesús, y todos los niños arriba del carro eran de mi colonia, yo ya estaba grande para estar ahí, pero si hubiera podido me hubiera trepado al carro.
Delante del carro llevan la imagen de la Madre Admirable, la patrona de nuestro pueblo, y como siempre, los niños, adolescentes y jóvenes, somos los más entusiastas a participar en los festejos de nuestra patrona, que vino de Francia y durante muchos años tuvo su capillita ahí en el ranchito de La Azucena, donde se siembra mucho maíz y hortalizas, y pienso que siempre será así.
La Madre Admirable, patrona de los textileros, de nuestra historia como pueblo, con su carrete de hilo y su algodón, no me pierdo ninguna peregrinación los domingos del novenario cuando vamos por ella allá, a su primera capillita.
Entre más camino menos pesan los cohetes, y es que ya llevamos muchos tronados ¡Y todavía faltan las ristras que están abajo del templo para cuando las campanas comiencen a sonar a nuestra llegada! Ya mañana me tocará a mí estar allá arriba, en la torre, tocando las campanas.
¡Qué bonita es la llegada de la peregrinación a la parroquia, casi siento que las campanas saldrán volando fuera de la torre por el estruendo que hacen, y esa tronadera de cohetes, y la Fe, el amor, el respeto, la devoción que este pueblo le entrega a sus creencias, me llena de orgullo ser parte de esta comunidad, que nunca olvidará su raíz, que nunca perderá su identidad, pues somos mucho pueblo para que algo nos destruya!
Me compraré unas cañas para comérmelas mientras doy la vuelta viendo los puestos, ¡Y es que ya se está juntando la chamacada, a ver qué hacemos!
¡Este es el sabor del pueblo, disfrutando y participando en sus festejos!
No pude ir a las mañanitas hoy, pero mañana seguro estaré allá, para tomarme mi canelita para el frío; mira a estos ¿Que no saben que aquí en el cuadro se hacen dos filas? No, sino son de aquí, no los conozco, en este pueblo todos nos conocemos, déjenme explicarles como debemos andar por la plaza: por el lado de adentro van las familias y los muchachos, y por el lado de afuera en sentido contrario las muchachas, y haciendo valla en las orillas están los muchachos regalándoles flores, piropos y untándoles confeti en el cabello. Y las jardineras son exclusivas de las parejas que echan pegue, y de aquellos que acaban de ligar y se sientan a platicar. Esto no se ve en todos lados, esto es algo muy de mi pueblo.
Recorro la plaza y veo feliz a la gente ¿Qué pueblo más agradecido que El Salto puede haber para con Dios? ¡Tenemos todo para ser felices! El futuro de este lugar será grandioso, y será para nosotros, los niños, a nosotros nos tocará la madurez y las ventajas de estar aquí, de vivir aquí, de nacer aquí.
¡Ya comenzaron a quemar el castillo! ¿A quién le tocaría hoy? ¿A Nunatex? ¿A Euzkadi? ¡A quien sea, siempre ponen buenos castillos!
¡Aguas que se vienen para acá los buscapiés! ¡Córrele, córrele! JAJAJAJAJA, hoy no hubo torito, a ver si mañana…
¡Ya voló la coronita, pero salió chueca, yo creo va a caer en la textil! ¡Qué chido estuvo este castillo!
Me voy a buscar a mis padres, de seguro están en la esquina de la presidencia, junto a la lotería, es el primer día de fiesta de mi pueblo y me he divertido a lo grande, es un orgullo pertenecer a un lugar como este ¡Y todavía falta el desfile de los deportistas el día 20!
¿Todo esto junto será nuestra verdadera identidad? Creó que si, hoy estuvo bien suave, y viendo así las cosas pienso que mañana, y en el futuro, tal vez dentro de 30 años, después del dos mil, si es que no se acaba el mundo, todo será mejor…

Autor: Juan Anastacio González Hernández.

lunes, 12 de octubre de 2009

Dentro y Fuera

No escucho nada.
El silencio se vuelve mi carne, mi ropa,

mi sombra;
hasta los lamentos de los árboles cesan antes de escucharlos.

Altivos, fingiendo,
como transparentes dentro y fuera;
los cristales ocultan los sonidos,
y los años me reclaman que hizo falta
hacer oídos sordos al orgullo.

Sin nadie a mi alrededor,
ni siquiera los gatos soportaba;
los muebles no platican, no consuelan,
y los cuadros, por mas bellos,
no me brindan un gesto de cariño.

Creí ser lo que soñaba, y soñé que lo creyeran.
Ya no existe eco, ni risas,
oscurece dentro y fuera.

Que vicio el de antaño,
pensar que adore estar solo,
recibiendo aves de paso;
hoy la ruta de la vida ha cambiado el sendero,
y estas paredes… Estas paredes,
absorben las últimas muestras de razón y de poesía,
que fluyen aquí y allá como negras mariposas.

En fin, es el encierro, son los recuerdos,
muero de no ser por estos,
y muero, a gotas, de ellos.
¡No, no me los roben, no se lleven mi alimento,

no dejen que mi alma muera de hambre,
no lo hagan!
apiádense del ultimo suspiro que no llega,
que no se presenta,
no deseo en el ultimo minuto morir solo,
sin compañía.

Me dio miedo amar.
Vanidad, tardas en marcharte de mi lado, demasiado.
Hablarían mil bocas, escucharía mil risas;

esa dicha ahora se me niega.

Iglesia, educación, sociedad,
¡Al diablo con ellos!
Hoy quisiera en mi cama,

un sincero cuerpo de mujer reconfortando mi alma.

Autor: Juan Anastacio González Hernández